jueves, 25 de febrero de 2010

No sé dónde me duele....


Hay veces que pienso que es mejor mantenerse en la ignorancia que adquirir un poco de conocimiento. Y es que cuando "sabes" sobre "algo", eso te convierte en responsable directo de aquello sobre lo que sabes.

Hace unas semanas participé de dos talleres muy interesantes: Ángeles de la Luz (ángeles de Dios) y Ángeles caídos (demonología). Fueron dos fines de semana intensísimos y de mucho aprendizaje sobre cosas a las que la gente normal (creo que quepo en ese grupo) teme y de las que se habla poco. Cosas reales pero míticas en la conciencia social y religiosa.

Entre lo que más se me quedó está una cita bíblica: "Mi pueblo perece por falta de conocimiento" Oseas 4, 6. Lamentablemente después de estas experiencias no hay momento ni lugar en que no la recuerde.

En palabras de Juana de los Santos, facilitadora, andamos como zombies. Los cristianos andamos por la vida acomodando a Dios y su ley a nuestra conveniencia, llevados por la corriente pagana de cuyo bombardeo somos conscientes pero permanecemos ahí, quietos, como si no nos hiciera daño.

Imagino a Dios viendo todas nuestras estupideces y repitiendo ese versículo: mi pueblo perece por falta de conocimiento. Ayer pude, quizás, sentir un poquito de esa frustración. Buscando información sobre algo que me habían preguntando me topé con testimonios de personas que sirven como "caballo" a metresas, petroses y loases. Orgullosos contaban sus peripecias en este mundo del ocultismo sin saber en qué lío están metidos. Mi pueblo perece por falta de conocimiento.

Y este es sólo un ejemplo, no vayamos a hablar de los abortistas, hedonistas, explotadores, mentirosos, usureros... Interminable la lista. La Ley de Dios es tan clara que no entiendo por qué nos obstinamos en perder la Salvación que Cristo ganó hace más de 2 mil años para nosotros.

Siento un dolor tan grande, tan estremecedor, al ver los derroteros del pueblo de Dios, que no sé siquiera dónde está localizado. Me duele el corazón, el alma, el espíritu, la razón, la respiración, los suspiros... No sé dónde me duele cada vez que veo la tibieza nuestra con respecto al Camino del Evangelio. Y al final serán los lamentos.

Al final, en la plenitud de los tiempos, ¿cuál será nuestra excusa cuando seamos enviados al fuego eterno? ¿Nadie me lo dijo? Ahí está la Palabra del Señor. Esforcémonos en conocerla para poder vivirla, pero si así lo decidimos, que sea vivirla de verdad porque a los tibios dice el Señor: Los vomitaré de mi boca (Apoc 3,16).

Mientras, seguiré clamando piedad por esta Humanidad pecadora, que se aparta de Dios y triste y pendejamente cambia lo Más por lo menos; y con mi rosario en mano y los ojos hacia el cielo: Ten misericordia de nosotros y del mundo entero.


(Si estás interesad@ en recibir información sobre estos talleres llama a la Casa de Oración y Formación Enamórate de Jesús: 809 532 8799)

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